Permítanme que abra el baúl de los recuerdos y hable por un momento de fútbol. Corre el año 1982 y dos niños en una calurosa tarde de verano, un 5 de julio, ven por televisión como, en el desaparecido estadio de Sarrià de Barcelona, Paolo Rossi, jugador de la selección italiana, le marca tres goles a una de las mejores generaciones de futbolistas que ha tenido jamás Brasil, la de Sócrates, Zico y Falcao, y la deja fuera del Mundial que se celebra aquel año en España. Los dos niños, irredentos entonces y ahora aficionados del Barça, van con Brasil y por eso al final la decepción es mayúscula. Uno de esos niños, que en aquellos momentos tenía trece años, es el autor de este blog y cinco años más tarde, en 1987, cenaba en elBulli, donde ya cocinaba Ferran Adrià, por segunda vez en su vida, pero pagaba por primera vez de su propio bolsillo. Fue con un amigo desde Cadaqués a lomos de una moto Suzuki 800.
El otro, que debía tener uno o dos años menos, con el tiempo se convertiría, a la chita callando, casi sin querer y sin hacer ruido, en una pieza fundamental para que una de las mejores generaciones de cocineros españoles de todos los tiempos, pudieran hacer realidad sus sueños, muchos imaginados e impulsados precisamente desde Cala Montjoi, y pusieran en marcha la cocina de vanguardia que empezó en España a mediados de los 90 que, a diferencia de aquella canarinha del 82, si triunfó y consiguió extender su revolución por todo el mundo, algo que se ha convertido, para decirlo en términos trotskistas y como explicaba Cristina Jolonch en un reciente reportaje, en una revolución permanente.
El sifón que lo cambió todo
Volvió a hablar con Ferran Adrià que “me trasladó el reto de pensar a ver qué podíamos hacer con eso que teníamos entre manos. Lo primero que se me ocurrió fue hacer un recetario donde explicaríamos la técnica y las recetas, saldría el nombre y la imagen de Ferran Adrià y nosotros le pagaríamos un royalty a Ferran por cada sifón que se vendiera. Los austríacos de iSi que aunque hablen alemán no son como los alemanes “no quisieron poner ni un céntimo, porque dijeron que ellos no podían pagar por ideas”. Así que Marc y su padre, se lanzaron a ello y se gastaron un dineral para la época, un millón de pesetas, para hacer un recetario, “seguramente lo más bonito que he hecho en mi vida” comenta el propio Marc.
Cambiaron absolutamente su target y en lugar de acudir a pastelerías, empezaron a visitar restaurantes de alta cocina, en un momento en el que comenzaba a haber movimiento en este tipo de establecimientos. De sobra es conocido el impacto que tuvieron las espumas cuando elBulli las empezó a servir y por lo tanto las ventas fueron bien. Fue entonces cuando los austríacos se empezaron a interesar por el tema al ver que las ventas de sifones y cargas habían aumentado espectacularmente y preguntaron si era por la nata.“Obviamente les dijimos que de nata nada. Que esto nosotros lo estábamos usando para hacer espumas”, explica Marc.
Fue entonces cuando los Calabuig, padre e hijo, vieron clara la oportunidad de crear una nueva empresa “porque intuimos que hoy eran los sifones y mañana podría ser otra cosa, pero siempre ligada a la restauración de vanguardia, y que allí había una oportunidad de negocio importante. En ningún caso, por aquel entonces, podíamos llegar a imaginar la revolución culinaria que se avecinaba. Además, mi padre me había pedido medio en broma que lo retirara, así que decidí crear la actual ICC”. Entonces, iSi se dio cuenta de que era cierto que con las espumas existía un gran recorrido y por ello “nos ayudaron en la presentación de la técnica de las espumas a través de congresos, demostraciones y, de esta manera, mostrar al mundo la nueva técnica de elBulli”.
La empresa que ayudó a la revolución
Los que hayan leído los que con toda probabilidad sean los dos mejores libros gastronómicos que se han publicado durante el último año en España, La Cocina de los Valientes de Pau Arenós y Reinventores de Marta Fernández Guadaño, quizás hayan notado que el nombre de Marc Calabuig y el de ICC se menciona en ambos, lo que da cuenta de la importancia que ICC ha tenido en el desarrollo de la llamada cocina tecnoemocional, en definición de Pau Arenós, y ante lo que Marc dice que “ICC juega un papel de piedra angular en todo el mundo de la cocina de vanguardia, puesto que nos hemos dedicado a poner en contacto a cocineros, empresas y marcas, pero desde un punto de vista absolutamente pragmático. A veces nos viene un cocinero con un invento y nos pregunta si se va a vender. Nuestra respuesta es siempre la misma: ya nos lo dirá el mercado. Tampoco es que sólo buscáramos vender aquello que tuviéramos la seguridad de que nos iba a hacer millonarios, pero está claro que lo nuestro es la faceta más empresarial de toda la cocina tecnoemocional”.
¿La revolución que continúa?
Agotado el modelo de los congresos, “porque siempre era más de lo mismo” dice Marc y una vez ha cerrado elBulli hay quien, como dice Quique Dacosta en el reportaje de Cristina Jolonch que mencionaba antes, que ha querido enterrar la revolución antes de tiempo y según él la revolución continúa. En el mismo texto, Andoni Luis Aduriz dice que sí “hay cierto proceso de involución y que está volviendo la tradición y sólo quedamos unos cuantos haciendo vanguardia, pero es algo cíclico. Cuando se harten de la tradición, se buscará más creatividad”. Marc Calabuig también cree que este tipo de cocina sufre cierto desgaste y eso se nota en que la venta de máquinas ligadas a la cocina de vanguardia es un mercado que se ha estancado un poco, seguramente porque, tal y como dice Dani García, también en el artículo de Jolonch, con la que está cayendo no se puede invertir en I+D todo lo que los cocineros quisieran. De todos modos, según dice Marc Calabuig, “a pesar de la globalización de la alta cocina, no han surgido máquinas nuevas producto de cocineros de otros países. Siguen siendo los cocineros españoles los que lideran la creación de máquinas para la cocina de vanguardia. En todos estos años, todas las máquinas han sido ideas de cocineros españoles exclusivamente”. O sea que parece más que evidente que, cómo dice Phiippe Regol, como mínimo seguimos teniendo una cocina española contemporánea floreciente, llena de ideas y de cocineros con ganas de hacer cosas, aunque evidentemente las circunstancias socioeconómicas actuales, desgraciadamente, no son las mismas que las de mediados de los 90.
Ya al final de nuestra conversación, Marc me explica que “al principio de ICC, cuando me preguntaban a qué me dedicaba no sabía como explicarlo”. Ahora, al final del partido, para acabar con el símil futbolístico con el que empecé, en una sociedad que parece que haya descubierto a los emprendedores hace dos días, no hay duda de que ICC y su artífice han sido la parte más tecno de la cocina tecnoemocional y uno de los actores que impulsaron la revolución gastronómica española, para convertir en triunfadores a una generación de cocineros excepcional y ayudarlos a internacionalizarse. Claro que no fue gratia et amore, y ha sido la faceta menos romántica y la más empresarial, pero también tuvo su parte de riesgo, de emprendedor, de visión de negocio, para convertirse finalmente en parte de la máquina que impulsó la revolución.